Noviercas y Bécquer

el albergue

La importancia de Soria, de sus pueblos –Torrubia, Gómara, Almenar, Pozalmuro, Beratón, La Cueva…- y de Noviercas en particular, no necesita demostración. Cuando un grande como él, gran poetisa, gran escritor; vive sus primeros años de su matrimonio, sus primeros años de paternidad, sus años sentimentales, románticos, en la cúspide del amor.
Que cantidad de energía cargo en esos años, con esas gentes, los entornos que visitaba, los parajes que le envolvían. Por ello gran parte de su obra radica aquí, en Noviercas.
Sólo hay que acudir a los eruditos estudiosos y leer lo que escribieron: Los contados días felices de su vida, en Noviercas los ha vivido Gustavo Adolfo. En la menuda casita de la calle del Moral ha sentido el calor de su hogar, la ternura de su esposa y la dicha estremecida de la paternidad. De ahora en adelante una nueva cadena de amor liga a Bécquer con Soria, y más aún con Noviercas. Allí ha sentido Gustavo Adolfo las emociones hondas y exaltadoras de la paternidad. (H.C.)

Bécquer conoció a Casta en 1861; quizás no fue su musa, pero sí creó en él un clima espiritual de confianza en el amor y en la vida.

El matrimonio con esta mujer de Torrubia le posibilita la llegada a Noviercas, donde los padres de ella tenían una casa e incluso a Pozalmuro, donde también tenía Bécquer otra casa con un pequeño huerto. (J.A.P.R)
El verano del 61, que es por cierto el más fecundo en la producción poética de Gustavo Adolfo Bécquer, (fecha en la que publica su leyenda Los ojos verdes, localizada tradicionalmente en el Pozo Román, en el Moncayo soriano, en la base del Monte Toranzo), ya lo pasó con Casta en Noviercas, donde el 9 de mayo del 62 nacerá su primer hijo, Gregorio Gustavo Adolfo.
Fue bautizado en la iglesia de los Santos Justo y Pastor de Noviercas. Se quedaron hasta el otoño. Luego marchan a Madrid y a Veruela.
En 1865 nacerá en Madrid su segundo hijo, Jorge Luis Isidoro. Fue bautizado en la iglesia de San Sebastián, en Madrid, en la que se habían casado Gustavo Adolfo y Casta.
El 15 de diciembre del 68 nace Emilio Eusebio: se produjo la separación física del matrimonio, pero la ruptura espiritual nunca se producirá.

Marcharon de Noviercas a Soria a casa de su tío Curro y desde allí a Toledo, quizás obligado por Valeriano para mantener la dignidad. Lo demuestra el hecho de que desde Toledo le escribe cartas a Casta y en alguna le pregunta por el niño pequeño, por el “Emilín”. Además, dado que Valeriano muere en septiembre de 1870, aún tiene Casta la oportunidad de reunirse con Gustavo Adolfo evitándole el dolor de morir solo, sentada a la orilla de su lecho y, como mano amiga, estrechándole la suya. La muerte tuvo lugar el 22 de diciembre de 1870, horas antes de un eclipse de sol.

Bécquer se enamoró de una mujer y, al mismo tiempo de unas tierras y de sus gentes. Los atardeceres en Noviercas, el silencio de sus campos, el misterio del Moncayo, las historias oídas en sus paseos hacia la ermita de la Soledad y de la Blanca, acabaron atrapando su imaginación… y la de Valeriano: Soria regalará a Valeriano la cumbre más alta de su arte (H.C.). De esta inspiración artística en Noviercas nos deja el Baile en las eras y Procesión de la Virgen del Remedio.

Fueron momentos de alegría y de gratitud. Enfermo y fatigado, pero lleno de felicidad: “Gustavo se siente humanamente dichoso”. Arraigó en los pueblos, en sus paisajes y en sus gentes, entrañables, sencillas y humildes, hasta el punto de que llega a sentirse soriano y así lo demuestra al presentar a su hijo a otros sorianos en Sevilla: “aquí tiene un paisanillo. Y yo mismo me siento un poco soriano”.

De cualquier manera ahí queda, en Noviercas, el recuerdo del poeta. Pregúntales a las gentes y, con la misma hondura y sinceridad con que Gustavo Adolfo las escribió, te recitarán alguna rima. Pregúntales, y verás como de padres a hijos se les ha transmitido el cariño que el poeta andaluz profesó a los noviercanos: lo recuerdan amable, respetuoso, conversando con los mayores del lugar en el atrio de la iglesia, a la sombra del Torreón, recostado en la tapia de los huertos, al fresco de los chopos de la alameda, caminando hacia la ermita de la Blanca, solitario, íntimo, melancólico…

procesion